Periódico La Verdad, publicación de José Miguel Ferrer Puche
A estas alturas, me escandalizan más los entresijos de la crisis que las polémicas planificadas para llamar la atención
El Auditorio de la Diputación de Alicante (ADDA) acogió,
del 21 al 29 de septiembre de 2012, la celebración del 28 Festival de
Música Contemporánea de esta ciudad con 57 obras programadas de 46
compositores diferentes, 15 de ellas estrenos absolutos. El Auditorio,
el Teatro Principal, el Instituto Alicantino de Cultura Juan Gil-Albert y
tres sedes más albergaron los once conciertos programados, así como las
charlas y una instalación.
Como en la edición 2011, la Orquesta Nacional inauguró la
muestra bajo la dirección de Rubén Gimeno (Valencia, 1972), quien
preparó dos conciertos fuera del repertorio habitual, con un estreno
absoluto, la Elegía concertante del bilbaíno Joseba Torre (1968), que
puede ser interesante como «punto de partida», tal y como califica el
propio autor a su lirismo.
El director de la Birmingham Contemporary Music Group, el
compositor Oliver Knussen, tomó la batuta en tres de las piezas que se
pudieron escuchar durante la noche del 23 de septiembre. La primera fue
una de su propia autoría, Ophelia Dances (estreno en España). Knussen
pasó sin pena ni gloria, como sus mismas composiciones y, a pesar de ser
la estrella del día, fue estrella fugaz y se disolvió en un derroche de
energía y patrocinio que bien podría haberse dedicado a compositores
alicantinos de muy superior valía, que no ven la forma de estrenar sus
obras… Homage to Picasso (2010), de Benet Casablancas, tuvo momentos de
viveza musical, salvando en parte la noche.
Ha habido variedad, pero escaso nivel. La Orquesta de
Cámara del Auditorio de Zaragoza (OCAZ), se presentó con 16 miembros
solistas y fue dirigida por Juan José Olives. El cuarteto Diotima
presentó cuatro obras, de las cuales Lurralde de Ramón Lazcano y
Cuarteto nº 4 de Thomas Simaku fueron estrenos absolutos en España.
Otro día también tuvimos la oportunidad de escuchar al
grupo de solistas del Ensemble Modern (EM) y obras de autores de finales
del siglo XX y XXI. De entre todas estas piezas, tan solo el trío para
violín, trompa y piano del magistral György Ligeti, se salvó del
abucheo.
Como contrapunto a esta crónica trazar un recuerdo de
este que es posiblemente el verdadero y más grande compositor del siglo
XX, quien visitó este festival de música cuando todavía conservaba la
sigla de 'contemporáneo', antes de perder sus siglas de identidad.
Ligeti no solo ha sido maestro en el desarrollo, la textura, la
composición, sino que llevó la ampliación de los horizontes de la
armonía a un mundo extraordinario, poético y lleno de descubrimientos.
Nadie puede colgarse en el pecho la medalla de 'moderno' con más honor y
dignidad que Ligeti.
Durante los últimos días del Festival de Música de
Alicante hemos asistido a un programa, sobre todo el del viernes 28 de
septiembre de 2012, de esos de los que no pueden faltar en esta clase de
aquelarres sobre 'lo contemporáneo'. Ser pianista y extravagante animal
escénico, junto a advenedizo de políticos, le ha valido al señor Carles
Santos una carrera basada en escandalizar, como intentó con su
Maquinofobia pianolera. ¿Para qué financiar con dinero público
semejantes esperpentos? Solo gracias a políticos culturales, de los que
han estudiado derecho y a su vez no suelen tener la menor idea de
aquello que gestionan, sea música, arte o literatura; con mecenas como
los Wesendonk, que pagaron muchos años de manutención y deudas a Wagner,
logramos una obra como 'Tristán e Isolda', y benditos sean los
Wesendonk con todos sus complejos de época y de clase… Pero para llevar
adelante obras de Carles Santos la gente cultivada, con gusto, con
conocimiento, no sirve: hacen falta nuestros maravillosos políticos de
la cultura, esos hombres trajeados que se dedican a salir en los
periódicos y a vanagloriarse con palabrerías de frescor financiero.
A estas alturas ya del siglo XXI, me escandalizan mucho
más los entresijos de la crisis económica, con sus aberraciones
bancarias, que estos escándalos hechos a mano y a máquina, estos
escándalos planificados, estos escándalos diseñados, a fin de cuentas,
para llamar la atención y que ya no llaman la atención de nadie, solo la
vergüenza de lo que se hace con el dinero público.
El balance final del FMA es, desgraciadamente, el de un
cierto fiasco que se desliza poco a poco y que se lee (y se oye) entre
líneas, un signo de la cultura de nuestro tiempo: el de la decadencia.
La facultad de los grandes compositores de siglos anteriores residió,
además de su talento netamente musical, en codificar la filosofía, la
emoción, la pasión con la que existieron, y esto ha quedado registrado
en el código genético de su música. Precisamente por ello a fecha de hoy
el público sigue reclamando esas configuraciones sonoras que llamamos
música. Sin embargo, con el siglo XX llega la especulación con el arte,
los medios de masas, la popularidad barata, la carencia de sentido
cuando el sentido sólo parece ser llamar la atención. Lo más triste de
este derroche de dinero publico es el hecho de que el público no está
interesado en lo que se le ha ofrecido, luchando para no sucumbir a la
musicofobia que parece proponernos el desatino de los tiempos.
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