Uno de mis artículos publicado en la sección internacional de Culturamas, espero que os guste.
Leyendo el Medievo:
primera consideración intertextual sobre los héroes balderianos.
Por José Miguel Ferrer Puche
Por José Miguel Ferrer Puche
Artur Balder. Nueva York. 38th St. Junio 2012 |
Hace escasos días se producía en Nueva York la réplica a la representación que tuvo lugar en Barcelona a principios de año con la presencia del editor francés Jean-Mathieu Gosselin y del reconocido Daniel Fernández,
desde hace años cabeza de familia en Edhasa, sello por antonomasia
especializado en la mejor novela histórica. Hace escasas semanas, era la
prestigiosa revista francesa L’Actualité de l’Historie la que trataba en profundidad la técnica y motivación literaria de este alicantino universal, al que definía como “le révéler de les tensions heroïques”.
De los autores europeos
actualmente afincados en los Estados Unidos, es Artur Balder el artista
más polifacético y, paradójicamente, el más fiel a la veracidad
intelectual de un pensamiento crítico que corre paralelamente
junto a la producción de sus novelas, alimentando y ejemplificando lo
que de otro modo sería sólo teoría política y crítica histórica de la
contemporaneidad.
con el leitmotiv
de rebelión cultural
de la autodeterminación
escogido desde
un principio:
Widukind”
No somos los lectores acérrimos, en esencia, ajenos a la naturaleza que destila el producto del autor escogido. La retórica cantada de los héroes de las óperas de Wagner rima perfectamente con el anarquismo de los héroes balderianos al traducirse parte de su contenido al castellano y a nuestra censurable realidad actual.
No nos sorprendió que en la Saga de Teutoburgo
situase la narración y la ambientación histórica en un más allá del
bien y del mal convertido en técnica realista, a modo de escena para los
actores principales de la saga, detrás de la cual se extiende el
verdadero telón de anarquismo en el que alienta la fuerza inescrutable
de la naturaleza. La ambición del narrador pretendía en todo momento
permitir al lector-espectador observar sin pudor alguno lo que sucede en
cada situación humana, pretendiendo construir a partir de esas situaciones una especie de superhombre monumental y a la vez primitivo, Arminio,
unión polivalente de inteligencia y violenta cólera, cuyo germen de
desconfianza hacia el mundo romano se convertirá en la clave para un
cambio de dimensiones históricas, con consecuencias en la Edad Media.
Allí de nuevo, y de manera definitiva, nos encontramos con el leitmotiv de rebelión cultural de la autodeterminación escogido desde un principio: Widukind, un hombre que se enfrenta a la dominación cultural e ideológica del Imperio Carolingio.
“(…)confluencia de modelos
y métodos de lectura
de la Historia Marxista,
Escuela de los Anales,
Historia Total,
Nueva Historia”
Quizá sea éste uno de los problemas claves planteados por Balder en los dos episodios publicados hasta la fecha de su «Crónica de Widukind», «El Evangelio de la Espada» y «Los Señores de la Tierra».
Efectivamente, dicha obra nos enfrenta, al menos, con una doble
realidad: la Crónica (o su autor) como lectura (o lector-emisor) de un
Conflicto: la cultura (sociedad medieval en apariencia y proyección de
la actual) y su lectura, sin duda, a modo de Texto Total o Intertexto.
Los lectores posibles de «la Crónica» como receptores, destinatarios:
lectores individuales partícipes del virtual «Lector Ideal» definido por
las teorías de Umberto Eco.
Con estas perspectivas
arriesgamos nuestra enunciación, hipotética por ahora, en torno a las
dos cuestiones planteadas hasta el momento: caracteriza a esta obra
balderiana —difícilmente delimitada sólo con la denominación clásica de
novela— su lectura modélica de la cultura medieval heroica y con
rotundidad puede definirse, con una contemplación general de la
estructura superficial o tramoya narrativa, como una novela sobre la
lucha de clases recreada en un ambiente medieval. Al hacer estas
afirmaciones alineamos a Balder dentro de la visión del mundo medieval
que ya se ha impuesto entre los medievalistas como interrelación de
modelos y esquemas de lectura de la Historia Marxista, de la Escuela de
los Anales, de la Historia Total, de la Nueva Historia, así
como de los críticos (fundamentalmente semióticos, formalistas y
semiólogos) donde la cultura aparece como un macrotexto presentado ante
los posibles lectores como una dimensión colectiva polivalente. Reclaman
la presencia de lo alegórico y especialmente de lo ideológico, como
elementos de lectura, pues Balder responde claramente en sus ensayos: lo simbólico es una fuerza tan material como lo son los mecanismos entre las diversas potencias de producción.
“Junto a estas líneas elementales,
donde encontramos a Goethe y a Lorca
-y su Poeta en Nueva York- en repetidas ocasiones,
pero también a Klopstock y a Herder (…)”
La diversidad de discursos que
se entrelaza en las páginas de la Crónica siguen un programa narrativo
que es la superficie sobre la que se archivan de manera inconfundible
aquellos puntos cardinales escogidos por el pensador para encriptar la
Crítica de la Contemporaneidad. Las líneas elementales se aseguran en
los personajes como en los leitmotivs de las óperas de Wagner, sin ser
esto ajeno, en esencia, a la teoría de la obra de arte total que el
compositor alemán entregó al tejido musical como forma de producción
retórica y como respuesta a los rígidos esquemas de los géneros.
Dentro de estas líneas elementales se aprecian con claridad las
alusiones a textos poéticos contemporáneos, modernos, decimonónicos y
medievales, que generan el auténtico subtexto donde reside el
valor de la Crónica, y que son ubicados de manera consciente por Balder,
deseoso de generar un juego de espejos. Junto a estas líneas
elementales, donde encontramos a Goethe y a Lorca -y su Poeta en Nueva
York- en repetidas ocasiones, pero también a Klopstock y a Herder,
como ecos de diatrivas más antiguas en textos que han preocupado al
autor ocultos en las sombras de la Edad Media -las ideas de Beda el
Venerable aparecen en el segundo episodio- también tenemos el telón de
fondo del mundo intelectual anárquico e inconsciente del que surgen los
símbolos, a menudo enfrentados, de la verdadera cultura del Medioevo.
del Renacimiento
o al enciclopedista
del siglo XVIII,
Balder es esencialmente
polifacético(…)”
Póximo a los humanistas del Renacimiento o a los enciclopedistas del siglo XVIII, Balder es esencialmente polifacético, como ha demostrado su carrera, y proyecta esta visión como productor intelectual, a riesgo de ser malentendido por el lector desconocedor.
Aquí se inicia la necesidad del
lector ideal, preparado para actualizar la gran variedad de elementos
«no escritos» en la superficie del Conflicto Heroico -eje central de la teoría balderiana- por
medio de ciertos desplazamientos activos y conscientes encaminados
tanto a la actualización de correferencias, como a operaciones
extensionales y trabajo de inferencia. Confirmaciones que nos llevan en
su conjunto a definir Conflicto y Lector: el conflicto está salpicado
de salas intelectuales, aisladas voluntariamente entre la acción
teatral. Ya solo partiendo de la base en que cambia el narrador en
primera persona, implicado, para convertirse en una memoria omniscente
que pone en juego la variabilidad de lo acontecido: a partir de ese
momento, Angus de Metz, el protagonista intelectual de la
Crónica por ser su redactor, ejerce la tiranía del pensamiento y de la
memoria abstracta desde la cual ejercita la localización de todos los
actos escénicos intelectuales en los que se basa la moralidad del texto,
el conflicto religioso entre el Cristianismo y el Paganismo.
Ante todo, porque un conflicto es un mecanismo en proceso que vive de la
plusvalía de sentido que el destinatario introduce en él y sólo en
casos de extrema pedantería o de extrema ofuscación didáctica el
conflicto se complicaría con redundancias y repeticiones y ecos
posteriores. Y ante todo es debido a que, a medida que oscila entre la
función didáctica y la función estética, un conflicto quiere dejar al
lector la iniciativa para interpretar, aunque normalmente desea ser
entendido con un margen suficiente de univocidad. El Conflicto quiere
que alguien lo ayude a accionarse. Es un conflicto, por lo tanto, que
enuncia a su destinatario como condición indispensable no sólo de su
propia potencia de juicio concreta, sino también de la propia capacidad
de significación. En otras palabras, el conflicto balderiano se
produce para que alguien lo accione, lo ponga en marcha, de ahí la
necesidad de la intertextualidad introducida por el pensador; cuando se
espera (o se desea) que ese alguien exista concreta y empíricamente en
la actualidad de la lectura, la actualización del conflicto es la
necesidad verdadera y absoluta del texto balderiano.
“(…) el conflicto balderiano se produce
para que alguien lo accione,
de ahí la necesidad de la intertextualidad
introducida por el pensador”
Para el autor de la Teoría de los Héroes,
la exposición del conflicto no es ajena a la expansión del mismo
mediante los diversos planos de las líneas elementales que exponen, en
definitiva, las dimensiones y el alcance del mismo, amplificadas a lo
largo de las lineas intertextuales que inspiran o provocan el
pensamiento crítico del autor, pero esperando su eco en la actualidad
real del lector. A la Crónica de Widukind sólo le falta la
publicación de su tercer y último eslabón para cerrar el ciclo, lo que
esperaremos con impaciencia quienes hemos disfrutado de los dos primeros
episodios.
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