viernes, 12 de octubre de 2012

FMA: PÉRDIDA DE IDENTIDAD Y MUSICOFOBIA

Periódico La Verdad, publicación de José Miguel Ferrer Puche

 

A estas alturas, me escandalizan más los entresijos de la crisis que las polémicas planificadas para llamar la atención 

 

 

El Auditorio de la Diputación de Alicante (ADDA) acogió, del 21 al 29 de septiembre de 2012, la celebración del 28 Festival de Música Contemporánea de esta ciudad con 57 obras programadas de 46 compositores diferentes, 15 de ellas estrenos absolutos. El Auditorio, el Teatro Principal, el Instituto Alicantino de Cultura Juan Gil-Albert y tres sedes más albergaron los once conciertos programados, así como las charlas y una instalación.

Como en la edición 2011, la Orquesta Nacional inauguró la muestra bajo la dirección de Rubén Gimeno (Valencia, 1972), quien preparó dos conciertos fuera del repertorio habitual, con un estreno absoluto, la Elegía concertante del bilbaíno Joseba Torre (1968), que puede ser interesante como «punto de partida», tal y como califica el propio autor a su lirismo.

El director de la Birmingham Contemporary Music Group, el compositor Oliver Knussen, tomó la batuta en tres de las piezas que se pudieron escuchar durante la noche del 23 de septiembre. La primera fue una de su propia autoría, Ophelia Dances (estreno en España). Knussen pasó sin pena ni gloria, como sus mismas composiciones y, a pesar de ser la estrella del día, fue estrella fugaz y se disolvió en un derroche de energía y patrocinio que bien podría haberse dedicado a compositores alicantinos de muy superior valía, que no ven la forma de estrenar sus obras… Homage to Picasso (2010), de Benet Casablancas, tuvo momentos de viveza musical, salvando en parte la noche.

Ha habido variedad, pero escaso nivel. La Orquesta de Cámara del Auditorio de Zaragoza (OCAZ), se presentó con 16 miembros solistas y fue dirigida por Juan José Olives. El cuarteto Diotima presentó cuatro obras, de las cuales Lurralde de Ramón Lazcano y Cuarteto nº 4 de Thomas Simaku fueron estrenos absolutos en España.

Otro día también tuvimos la oportunidad de escuchar al grupo de solistas del Ensemble Modern (EM) y obras de autores de finales del siglo XX y XXI. De entre todas estas piezas, tan solo el trío para violín, trompa y piano del magistral György Ligeti, se salvó del abucheo.

Como contrapunto a esta crónica trazar un recuerdo de este que es posiblemente el verdadero y más grande compositor del siglo XX, quien visitó este festival de música cuando todavía conservaba la sigla de 'contemporáneo', antes de perder sus siglas de identidad. Ligeti no solo ha sido maestro en el desarrollo, la textura, la composición, sino que llevó la ampliación de los horizontes de la armonía a un mundo extraordinario, poético y lleno de descubrimientos. Nadie puede colgarse en el pecho la medalla de 'moderno' con más honor y dignidad que Ligeti.

Durante los últimos días del Festival de Música de Alicante hemos asistido a un programa, sobre todo el del viernes 28 de septiembre de 2012, de esos de los que no pueden faltar en esta clase de aquelarres sobre 'lo contemporáneo'. Ser pianista y extravagante animal escénico, junto a advenedizo de políticos, le ha valido al señor Carles Santos una carrera basada en escandalizar, como intentó con su Maquinofobia pianolera. ¿Para qué financiar con dinero público semejantes esperpentos? Solo gracias a políticos culturales, de los que han estudiado derecho y a su vez no suelen tener la menor idea de aquello que gestionan, sea música, arte o literatura; con mecenas como los Wesendonk, que pagaron muchos años de manutención y deudas a Wagner, logramos una obra como 'Tristán e Isolda', y benditos sean los Wesendonk con todos sus complejos de época y de clase… Pero para llevar adelante obras de Carles Santos la gente cultivada, con gusto, con conocimiento, no sirve: hacen falta nuestros maravillosos políticos de la cultura, esos hombres trajeados que se dedican a salir en los periódicos y a vanagloriarse con palabrerías de frescor financiero.

A estas alturas ya del siglo XXI, me escandalizan mucho más los entresijos de la crisis económica, con sus aberraciones bancarias, que estos escándalos hechos a mano y a máquina, estos escándalos planificados, estos escándalos diseñados, a fin de cuentas, para llamar la atención y que ya no llaman la atención de nadie, solo la vergüenza de lo que se hace con el dinero público.

El balance final del FMA es, desgraciadamente, el de un cierto fiasco que se desliza poco a poco y que se lee (y se oye) entre líneas, un signo de la cultura de nuestro tiempo: el de la decadencia. La facultad de los grandes compositores de siglos anteriores residió, además de su talento netamente musical, en codificar la filosofía, la emoción, la pasión con la que existieron, y esto ha quedado registrado en el código genético de su música. Precisamente por ello a fecha de hoy el público sigue reclamando esas configuraciones sonoras que llamamos música. Sin embargo, con el siglo XX llega la especulación con el arte, los medios de masas, la popularidad barata, la carencia de sentido cuando el sentido sólo parece ser llamar la atención. Lo más triste de este derroche de dinero publico es el hecho de que el público no está interesado en lo que se le ha ofrecido, luchando para no sucumbir a la musicofobia que parece proponernos el desatino de los tiempos.

 

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