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viernes, 23 de noviembre de 2012

Apoptosis de cuerdas y metales, en papel.

Versión en papel del artículo en La Verdad.



Apoptosis de cuerdas y metales

La Verdad publica un extenso artículo sobre el 2º concierto de la temporada ADDA.

El segundo concierto de esta temporada del ADDA nos ha traído a la Hungarian Symphony Orchestra, dirigida por András Keller. También hemos podido escuchar al solista violín Maxim Fedotov. 
Pero antes de entrar a la sala sinfónica y valorar el concierto, decir que hemos echado muy en falta un buen programa de mano, y no un mini folleto como se entrega, una ausencia que venimos notando en los últimos conciertos, no sabemos si motivada por los tiempos de crisis en los que vivimos o por el descuido de una organización que no se molesta en solicitar su realización a nadie, pero es evidente que da una imagen al público muy empobrecida de la representación musical, un púbico que también en crisis, no olvidemos, paga su entrada. 
La Orquesta Postal se fundó en 1907, y fue la predecesora de la Hungarian Symphony Orchestra. En 2007, la financiación de la orquesta se redujo drásticamente y esto tuvo como consecuencia que la mayor parte de los músicos continuaran su trabajo con financiación externa bajo el nombre de 'Orquesta Sinfónica de Budapest'. Además, András Keller se integró como nuevo director artístico y musical. 
Tenemos que recordar que András fundó el cuarteto 'Los Keller', un cuarteto que tocaba correctamente, pero donde no había ni un solo momento de magia o emoción, y eso ha sucedido también en este concierto. Además, su violín llevaba casi siempre la voz cantante, aun cuando no debía; también se observaba la pérdida de una sonoridad conjunta de calidad. Desde luego no creemos que la orquesta haya sido correctamente escogida para la ocasión, ya que no está ni a la altura del auditorio, ni de las obras, convirtiéndose conforme avanzábamos, en una decadencia progresiva donde la armonía y fusión fundamentales entre cuerdas y metales, parecía estar programada para sucumbir en la intrascendencia. Tampoco estuvo a la altura el solista como veremos.

La primera de las obras que escuchamos fue la 'Obertura de Ruslan y Ludmila', compuesta en 1842 por Mijaíl Ivánovich Glinka. Glinka es el padre del nacionalismo musical ruso. El libreto de la obra fue escrito por Alexander Pushkin, poeta, dramaturgo y fundador de la literatura rusa moderna, que escribió un poema épico con uno de los más hermosos versos que se conocen y lo tituló Ruslan y Ludmila. Su preludio es un auténtico prodigio orquestal que se eleva a las más altas cimas del arte cuanto más rápido tocan las cuerdas y más fuerte suenan los timbales de la orquesta que la interpreta: folklore ruso en estado puro. 
Pero después de haber escuchado a la Orquesta Filarmónica de Berlín, dirigida por Zubin Mehta, en la que el comienzo de la obra se mantiene trepidante, intenso y esas cuerdas frotadas por los arcos moviéndose a una velocidad espectacular consiguen invadir el espacio de unos compases y unas notas extremadamente coloridas y alegres, todo se me queda pequeño, y no hablo del enano Chermonor, raptor de la joven anhelada de Ruslan, hablo de interpretación, fusión y calidad musical.
La segunda pieza que escuchamos ha sido el 'Concierto para violín y Orquesta en La m Op. 53', compuesta por Antonin Dvórak en 1879. Nacido en Nelahozeves, un pequeño pueblo bohemio al norte de Praga, se trata de la figura más representativa de la escuela nacional checa de composición. Se hizo internacional gracias a la publicación de la primera colección de danzas eslavas. Sus primeras obras recibieron influencia de la música de Franz Schubert y Ludwig van Beethoven y, durante su carrera, se basó en los trabajos de Richard Wagner, sobre todo en sus óperas, género al que dedicó todas sus energías los últimos años de su vida. 
Dvóraz se inspiró en el gran violinista Joseph Joachim, a quien admiraba. Sin embargo este mostró cierto escepticismo respecto a la obra. Y es en este punto donde me siento decepcionado por triplicado, primero con Joachim, por su poco atrevimiento musical, ya que, según sus propias palabras, «le pareció todo demasiado complejo y difícil de tocar»; segundo con el mismo Dvórak, por empobrecer su obra a costa de satisfacer las exigencias de Joachim, y por último con nuestro solista de hoy, Maxim Fedotov, por no estar a la altura ni siquiera de la obra reducida. El sonido de Fedotov definitivamente no termina de gustarme, faltando calidad en los momentos más cruciales. 
Hay que recordar que aun no siendo una de las mejores obras de Dvorák, este concierto sigue siendo una pieza importante en el repertorio de violín por sus exigencias técnicas y virtuosísticas para el solista. En el 'Allegro ma non troppo', el solista tiene ocasión de mostrar sus habilidades técnicas con dobles cuerdas, ágiles arpegios y prolongados armónicos en la zona aguda. En el tercer movimiento, 'Finale: Allegro giocoso ma non troppo', el autor saca a relucir sus dotes de gran violinista y, exige del intérprete una extraordinaria agilidad rítmica: no se dio ninguna de ellas en Maxim Fedotov. Si el gran violinista Niccolò Paganini pudiera levantar cabeza, no le haría falta más de una cuerda de su instrumento para tocarlo mejor, ni ningún pacto fáustico para no ser demasiado piadoso. La última de las obras que escuchamos fue la 'Sinfonía nº 4 en Fa m, Op. 36', compuesta por Piotr Ilich Chaikovski en 1877, año del estreno de 'El lago de los Cisnes'. 
Chaikovski fue un apasionado rousseauniano, enamorado de la música de Mozart, Berlioz, Rachmaninov, un compositor con un carácter autocrítico y perfeccionista en exceso, producto de sus constantes depresiones psíquicas; perfeccionismo que le llevó a creer en su sinfonía como paralela a la 'Quinta Sinfonía' de Beethoven, sin imitar sus pensamientos musicales, pero sí su idea fundamental. 
Esperamos que los dos primeros conciertos de la temporada solo sean un mal preludio y poder disfrutar de los siguientes, en especial del concierto que ofrecerá la Orquesta del Marinski de San Petersburgo el 15 de enero, donde tendremos, entre otras obras, el preludio de 'Lohengrin', de Richard Wagner. 

martes, 30 de octubre de 2012

Desorganización y esperanza en el ADDA

Culturamas publica mi artículo sobre el primer concierto de la Temporada ADDA 2012.

Desorganización, frialdad y esperanza en el ADDA
Por José Miguel Ferrer Puche
Presidente de la Asociación Wagneriana de Alicante
Enviado especial al ADDA, temporada 2012-2013

La Asociación Wagneriana de Alicante volvió a tener problemas, una vez más (ya ocurrió con el Festival de Música de Alicante), para conseguir su entrada y poder cubrir el primer concierto de la temporada del ADDA, y eso a pesar de representar también en esta ocasión al periódico La Verdad. Pero a tres horas de iniciarse, y todavía con la incertidumbre de si podríamos o no entrar, recibimos la confirmación de nuestra entrada y, otra vez por los pelos, pudimos acceder, aunque nos ofrecieran, para mi desdicha, una de las peores butacas de la sala sinfónica, quizá la peor en la que me he sentado jamás, y más como crítico. Pero dejemos de nuevo los temas organizativos del ADDA, que no podemos comprender a estas alturas, y vayamos directamente al primer concierto de esta temporada.

Joaquín Achúcarro

     El ADDA abre la temporada concertística con la Royal Liverpool Philharmonic y el gran pianista Joaquín Achúcarro. El pianista vasco, considerado como uno de los mejores del mundo en su disciplina, acompaña a la orquesta inglesa, bajo la batuta del célebre director ruso Vasili Petrenko, en un concierto con obras de Johannes Brahms (Concierto para piano y orquesta número 2) y Dmitri Shostakóvich (Sinfonía número 10).
 
     La Royal Liverpool Philharmonic Orchestra es la orquesta sinfónica más antigua del Reino Unido y la única de este país que es propietaria de su propia sala de conciertos, el Philharmonic Hall, famoso por su excelente acústica.

La Royal Liverpool Philharmonic Orchestra
  “(…) Al empezar a escucharla,
no podía ser otra: Nocturno,
carta a Nahia, una obra para
mano izquierda del místico y
también virtuoso compositor
Alexander Scriabin,
compañero de estudios del
gran Rachmaninov.


     Por su parte, Achúcarro, pianista precoz que debutó a los 13 años de edad, ha adquirido a lo largo de su carrera artística reputación tanto nacional como internacional y ha actuado en más de 60 países, con más de 200 orquestas y a cargo de más de 350 directores.

 
     Brahms comenzó el Segundo Concierto para Piano en la primavera de 1878 y lo terminó en el verano de 1881. El mismo compositor actuó como solista en el estreno, que dirigió Hans von Bülow en Zurich, el 27 de noviembre de 1881. Recordemos que Hans Von bülow había sido un campeón de la música de Richard Wagner y Franz Liszt, y cayó temporalmente bajo el hechizo de la música romántica de Brahms. La obra merece ser escuchada por lo que es, un gran concierto romántico para piano y orquesta. La idea de diálogo, establecida al comienzo con el piano respondiendo al corno francés, constituye la esencia tanto del concierto clásico como del romántico. No es un concierto clásico, no es una sinfonía con piano y no es la rencarnación de un concierto para piano de Beethoven. Es completamente brahmsiano.

     Aunque el concierto no constituye una pieza de exhibición para el piano, como desafortunadamente suelen indicar otros críticos, sí es cierto que el tono de intimidad nunca está ausente demasiado tiempo, Brahms tenía suficiente capacidad para transmitir esta intimidad aun a través de sus figuras pianísticas. A pesar de esto, esta es una pieza que se nos queda corta en cuanto a combinación inventiva y colorido. Sin embargo, la partitura para el piano es variada y extraordinariamente difícil y a menudo pone de relieve el talento puramente físico del solista.

     Al término de la pieza de Brahms, Joaquín Achúcarro y tras ser ovacionado dos veces por su interpretación, susurró al público una pieza de propina, pero un sonido gutural de un niño de unos diez años de edad, sentado tres filas delante de mí y que parecía agitarse inquieto en su silla, junto con mi luctuosa situación de crítico en la penúltima fila de butacas, me impidieron escuchar la pieza pronunciada. Al empezar a escucharla, no podía ser otra: Nocturno, carta a Nahia, una obra para mano izquierda del místico y también virtuoso compositor Alexander Scriabin, compañero de estudios del gran Rachmaninov. Joaquín Achúcarro sí hizo una gran exhibición, en este caso de virtuosismo, al deleitarnos con esta pieza y de la manera que lo hizo.

    Vasili Petrenko supo dirigir la obra con energía, un gran expresionismo y mucha sensibilidad, con una orquesta correcta en esta primera parte.


Vasili Petrenko
“Shostakovich, uno de los
grandes artistas del siglo xx,
sufrió, al igual que otros
creadores rusos –entre ellos
el compositor Prokófiev y el
pintor Malevich–, el embate
del autoritarismo stalinista
que pretendió controlar todo,
incluso las manifestaciones artísticas.”

     Shostakovich, uno de los grandes artistas del siglo xx, sufrió, al igual que otros creadores rusos –entre ellos el compositor Prokófiev y el pintor Malevich–, el embate del autoritarismo stalinista que pretendió controlar todo, incluso las manifestaciones artísticas.
 
     La sinfonía número 10 de Shostakóvich, se trata de una obra profundamente simbólica que, con el tiempo, ha generado numerosos comentarios que la describen como gris, pesimista y oscura. A esta sensación negativa ha contribuido el carácter autobiográfico de algunos momentos de la obra. Es el caso del segundo movimiento, que el compositor explicaba así: “He intentado plasmar la horrible crueldad del asesino de masas –Stalin-“. También dijo: “Quiero conocer los sentimientos y las opiniones del público. En esta obra he pretendido expresar los sentimientos y las pasiones del hombre”. Pues la Royal Liverpool Philharmonic Orchestra, en esta segunda parte, nos dejó una interpretación que nos causó pocos sentimientos, menos gris de lo esperado y con más frialdad que pasión.

Shostakóvich

     Después del primer concierto de esta temporada, y de la rica y variada programación que nos espera en los siguientes, nos queda la esperanza de asistir a mejores noches, sobre todo en cuanto a organización se refiere. Animamos desde aquí a asistir, a todo el que guste de la buena música, a los conciertos de esta temporada del Auditorio de la Diputación de Alicante, pues estamos seguros de que nos esperan grandes interpretaciones. Las obras ya las tenemos.



Para los que prefieran la versión en papel.
 "La Verdad" me publica un artículo del primer concierto de la temporada del ADDA. La Royal Liverpool Philharmonic, con obras de Brahms y Shostakóvich.


Frialdad y esperanza en el ADDA


"La Verdad" me publica un artículo del primer concierto de la temporada del ADDA. La Royal Liverpool Philharmonic, con obras de Brahms y Shostakóvich.
Vasili Petrenko


El ADDA abre la temporada concertística con la Royal Liverpool Philharmonic y el gran pianista Joaquín Achúcarro. El pianista vasco, considerado como uno de los mejores del mundo en su disciplina, acompaña a la orquesta inglesa, bajo la batuta del célebre director ruso Vasili Petrenko, en un concierto con obras de Johannes Brahms (Concierto para piano y orquesta número 2) y Dmitri Shostakóvich (Sinfonía número 10). La Royal Liverpool Philharmonic Orchestra es la orquesta sinfónica más antigua del Reino Unido y la única de este país que es propietaria de su propia sala de conciertos, el Philharmonic Hall, famoso por su excelente acústica. 
     Por su parte, Achúcarro, pianista precoz que debutó a los 13 años de edad, ha adquirido a lo largo de su carrera artística reputación tanto nacional como internacional y ha actuado en más de 60 países, con más de 200 orquestas y a cargo de más de 350 directores. 
     Brahms comenzó el Segundo Concierto para Piano en la primavera de 1878 y lo terminó en el verano de 1881. El mismo compositor actuó como solista en el estreno, que dirigió Hans von Bülow en Zurich, el 27 de noviembre de 1881. Recordemos que Hans Von bülow había sido un campeón de la música de Richard Wagner y Franz Liszt, y cayó temporalmente bajo el hechizo de la música romántica de Brahms. La obra merece ser escuchada por lo que es, un gran concierto romántico para piano y orquesta. La idea de diálogo, establecida al comienzo con el piano respondiendo al corno francés, constituye la esencia tanto del concierto clásico como del romántico. No es un concierto clásico, no es una sinfonía con piano y no es la rencarnación de un concierto para piano de Beethoven. Es completamente brahmsiano. 
     Aunque el concierto no constituye una pieza de exhibición para el piano, como desafortunadamente suelen indicar otros críticos, sí es cierto que el tono de intimidad nunca está ausente demasiado tiempo, Brahms tenía suficiente capacidad para transmitir esta intimidad aun a través de sus figuras pianísticas. A pesar de esto, esta es una pieza que se nos queda corta en cuanto a combinación inventiva y colorido. Sin embargo, la partitura para el piano es variada y extraordinariamente difícil y a menudo pone de relieve el talento puramente físico del solista. 
     Al término de la pieza de Brahms, Joaquín Achúcarro y tras ser ovacionado dos veces por su interpretación, susurró al público una pieza de propina, pero un sonido gutural de un niño de unos diez años de edad, sentado tres filas delante mía y que parecía agitarse inquieto en su silla, junto con mi luctuosa situación de crítico en la penúltima fila de butacas, me impidieron escuchar la pieza pronunciada. Al empezar a escucharla, no podía ser otra: 'Nocturno, carta a Nahia', una obra para mano izquierda del místico y también virtuoso compositor Alexander Scriabin, compañero de estudios del gran Rachmaninov. Joaquín Achúcarro sí hizo una gran exhibición, en este caso de virtuosismo, al deleitarnos con esta pieza y de la manera que lo hizo. 
     Vasili Petrenko supo dirigir la obra con energía, un gran expresionismo y mucha sensibilidad, con una orquesta correcta en esta primera parte. Shostakovich, uno de los grandes artistas del siglo xx, sufrió, al igual que otros creadores rusos -entre ellos el compositor Prokófiev y el pintor Malevich-, el embate del autoritarismo stalinista que pretendió controlar todo, incluso las manifestaciones artísticas. 
     La sinfonía número 10 de Shostakóvich es una obra profundamente simbólica que, con el tiempo, ha generado numerosos comentarios que la describen como gris, pesimista y oscura. A esta sensación negativa ha contribuido el carácter autobiográfico de algunos momentos de la obra. Es el caso del segundo movimiento, que el compositor explicaba así: «He intentado plasmar la horrible crueldad del asesino de masas -Stalin-». También dijo: «Quiero conocer los sentimientos y las opiniones del público. En esta obra he pretendido expresar los sentimientos y las pasiones del hombre». Pues la Royal Liverpool Philharmonic Orchestra, en esta segunda parte, nos dejó una interpretación que nos causó pocos sentimientos, menos gris de lo esperado y con más frialdad que pasión. 
     Tras el primer concierto de la temporada, y de la rica y variada programación que nos espera en los siguientes, nos queda la esperanza de asistir a mejores noches, sobre todo en cuanto a organización se refiere. Animamos desde aquí a asistir a todo el que guste de la buena música a los conciertos de esta temporada del Auditorio de la Diputación de Alicante, pues estamos seguros de que nos esperan grandes interpretaciones. Las obras ya las tenemos.