El segundo concierto de esta temporada del ADDA nos ha
traído a la Hungarian Symphony Orchestra, dirigida por András Keller.
También hemos podido escuchar al solista violín Maxim Fedotov.
Pero antes de entrar a la sala sinfónica y valorar el
concierto, decir que hemos echado muy en falta un buen programa de mano,
y no un mini folleto como se entrega, una ausencia que venimos notando
en los últimos conciertos, no sabemos si motivada por los tiempos de
crisis en los que vivimos o por el descuido de una organización que no
se molesta en solicitar su realización a nadie, pero es evidente que da
una imagen al público muy empobrecida de la representación musical, un
púbico que también en crisis, no olvidemos, paga su entrada.
La Orquesta Postal se fundó en 1907, y fue la predecesora
de la Hungarian Symphony Orchestra. En 2007, la financiación de la
orquesta se redujo drásticamente y esto tuvo como consecuencia que la
mayor parte de los músicos continuaran su trabajo con financiación
externa bajo el nombre de 'Orquesta Sinfónica de Budapest'. Además,
András Keller se integró como nuevo director artístico y musical.
Tenemos que recordar que András fundó el cuarteto 'Los
Keller', un cuarteto que tocaba correctamente, pero donde no había ni un
solo momento de magia o emoción, y eso ha sucedido también en este
concierto. Además, su violín llevaba casi siempre la voz cantante, aun
cuando no debía; también se observaba la pérdida de una sonoridad
conjunta de calidad. Desde luego no creemos que la orquesta haya sido
correctamente escogida para la ocasión, ya que no está ni a la altura
del auditorio, ni de las obras, convirtiéndose conforme avanzábamos, en
una decadencia progresiva donde la armonía y fusión fundamentales entre
cuerdas y metales, parecía estar programada para sucumbir en la
intrascendencia. Tampoco estuvo a la altura el solista como veremos.
La primera de las obras que escuchamos fue la 'Obertura
de Ruslan y Ludmila', compuesta en 1842 por Mijaíl Ivánovich Glinka.
Glinka es el padre del nacionalismo musical ruso. El libreto de la obra
fue escrito por Alexander Pushkin, poeta, dramaturgo y fundador de la
literatura rusa moderna, que escribió un poema épico con uno de los más
hermosos versos que se conocen y lo tituló Ruslan y Ludmila. Su preludio
es un auténtico prodigio orquestal que se eleva a las más altas cimas
del arte cuanto más rápido tocan las cuerdas y más fuerte suenan los
timbales de la orquesta que la interpreta: folklore ruso en estado puro.
Pero después de haber escuchado a la Orquesta Filarmónica
de Berlín, dirigida por Zubin Mehta, en la que el comienzo de la obra
se mantiene trepidante, intenso y esas cuerdas frotadas por los arcos
moviéndose a una velocidad espectacular consiguen invadir el espacio de
unos compases y unas notas extremadamente coloridas y alegres, todo se
me queda pequeño, y no hablo del enano Chermonor, raptor de la joven
anhelada de Ruslan, hablo de interpretación, fusión y calidad musical.
La segunda pieza que escuchamos ha sido el 'Concierto
para violín y Orquesta en La m Op. 53', compuesta por Antonin Dvórak en
1879. Nacido en Nelahozeves, un pequeño pueblo bohemio al norte de
Praga, se trata de la figura más representativa de la escuela nacional
checa de composición. Se hizo internacional gracias a la publicación de
la primera colección de danzas eslavas. Sus primeras obras recibieron
influencia de la música de Franz Schubert y Ludwig van Beethoven y,
durante su carrera, se basó en los trabajos de Richard Wagner, sobre
todo en sus óperas, género al que dedicó todas sus energías los últimos
años de su vida.
Dvóraz se inspiró en el gran violinista Joseph Joachim, a
quien admiraba. Sin embargo este mostró cierto escepticismo respecto a
la obra. Y es en este punto donde me siento decepcionado por triplicado,
primero con Joachim, por su poco atrevimiento musical, ya que, según
sus propias palabras, «le pareció todo demasiado complejo y difícil de
tocar»; segundo con el mismo Dvórak, por empobrecer su obra a costa de
satisfacer las exigencias de Joachim, y por último con nuestro solista
de hoy, Maxim Fedotov, por no estar a la altura ni siquiera de la obra
reducida. El sonido de Fedotov definitivamente no termina de gustarme,
faltando calidad en los momentos más cruciales.
Hay que recordar que aun no siendo una de las mejores
obras de Dvorák, este concierto sigue siendo una pieza importante en el
repertorio de violín por sus exigencias técnicas y virtuosísticas para
el solista. En el 'Allegro ma non troppo', el solista tiene ocasión de
mostrar sus habilidades técnicas con dobles cuerdas, ágiles arpegios y
prolongados armónicos en la zona aguda. En el tercer movimiento,
'Finale: Allegro giocoso ma non troppo', el autor saca a relucir sus
dotes de gran violinista y, exige del intérprete una extraordinaria
agilidad rítmica: no se dio ninguna de ellas en Maxim Fedotov. Si el
gran violinista Niccolò Paganini pudiera levantar cabeza, no le haría
falta más de una cuerda de su instrumento para tocarlo mejor, ni ningún
pacto fáustico para no ser demasiado piadoso. La última de las obras que escuchamos fue la 'Sinfonía nº
4 en Fa m, Op. 36', compuesta por Piotr Ilich Chaikovski en 1877, año
del estreno de 'El lago de los Cisnes'.
Chaikovski fue un apasionado rousseauniano, enamorado de
la música de Mozart, Berlioz, Rachmaninov, un compositor con un carácter
autocrítico y perfeccionista en exceso, producto de sus constantes
depresiones psíquicas; perfeccionismo que le llevó a creer en su
sinfonía como paralela a la 'Quinta Sinfonía' de Beethoven, sin imitar
sus pensamientos musicales, pero sí su idea fundamental.
Esperamos que los dos primeros conciertos de la temporada
solo sean un mal preludio y poder disfrutar de los siguientes, en
especial del concierto que ofrecerá la Orquesta del Marinski de San
Petersburgo el 15 de enero, donde tendremos, entre otras obras, el
preludio de 'Lohengrin', de Richard Wagner.
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